Pequeño tratado de Oikonomía (eBook)
164 Seiten
Siglo XXI Editores México (Verlag)
9786070309908 (ISBN)
Pierre Calame, egresado de la École Polytechnique e ingeniero de Ponts et Chaussées, ha trabajado durante veinte años en el ministerio francés de infraestructura. Tras un breve paso por el ámbito de la industria, dirigió a lo largo de 30 años la Fundación Charles Léopold Mayer, de la que es presidente honorario.
Pierre Calame, egresado de la École Polytechnique e ingeniero de Ponts et Chaussées, ha trabajado durante veinte años en el ministerio francés de infraestructura. Tras un breve paso por el ámbito de la industria, dirigió a lo largo de 30 años la Fundación Charles Léopold Mayer, de la que es presidente honorario.
INTRODUCCIÓN:
OIKONOMÍA, EL GRAN RETORNO
Las revoluciones a veces son silenciosas. En 1775, la Enciclopedia de Diderot y d’Alembert arrojaba una “o” a la basura. Lo que hasta ese entonces, en francés, se había llamado “œconomie” (oikonomía) se convirtió en “économie” (economía). Jean-Jacques Rousseau utilizaba las dos ortografías y, en su artículo sobre “economía política” señala lo siguiente: “La palabra economía u oikonomía viene de oikos (casa) y nomos (ley) y, originariamente, sólo significa el sabio y legítimo gobierno de la casa para el bien común de toda la familia. El sentido de estos términos se extendió luego al gobierno de la gran familia que es el Estado. Para distinguir estas dos acepciones, la llamaremos en este último caso economía general o política.”1
Comienza entonces la historia de una economía que, habiendo perdido la memoria de su sentido original, se fue haciendo cada vez más autónoma con relación a la gestión del resto de la sociedad, hasta llegar a postularse como algo cercano a una ciencia física y mecánica (de la que toma prestadas por otra parte las leyes generales del equilibrio) y formular leyes que enuncia como leyes naturales que las sociedades no pueden sino suscribir y a las que debe someterse.
Hasta ese momento la oikonomía, cuyos manuales abundan en los siglos XVI, XVII y XVIII, designaba el arte de administrar las cosas y los hombres. En 1752, es decir, tres años antes de que se descartara la “o”, el famoso botánico Carl von Linné (1707-1778) publicaba un libro intitulado Principios de la oikonomía. Él también aspiraba a convertirla en una ciencia, pero basando sus principios en la ciencia natural y la física. La oikonomía, según él, es “la manera de preparar las cosas naturales a nuestro uso, a través de los elementos”. En un libro de oikonomía rural del siglo XVII que tengo en mi biblioteca figuran –para hablar en términos actuales– todos los elementos de la agroecología* y de la economía circular* que apuntan a que la familia expandida pueda aprovechar al máximo los recursos de una gran propiedad agrícola, preservando al mismo tiempo la fertilidad a largo plazo. Y Von Linné dice incluso que: “De este modo, el conocimiento de esas cosas naturales y de las cosas de la acción de los elementos sobre los cuerpos y de la manera de dirigir dicha acción en pos de algunos fines son los dos pivotes sobre los que rueda la oikonomía”. Hoy en día hablaríamos del conocimiento global del funcionamiento de los ecosistemas* y de sus interacciones con la actividad humana.
Dos siglos y medio después estamos midiendo todas las consecuencias de haber perdido esa “o” tan pequeña. Incluso antes de esa pérdida, los sistemas jurídicos occidentales, rompiendo con la larga historia en la que los individuos y las sociedades se habían reconocido siempre como parte integrante de una comunidad* que englobaba a toda la biosfera, introdujeron una distinción radical entre los seres humanos, únicos sujetos de derecho, y el resto de la comunidad. Animales, plantas y lugares quedan reducidos al estatus de objetos puestos a disposición de las sociedades y, por ende, pasan a denominarse “recursos naturales”. La economía siguió avanzando en esa dirección. Los grandes criaderos industriales de pollos sólo llevan al máximo el pensamiento de Malebranche, equiparando los animales a simples máquinas.
Hubo que esperar a finales del siglo XX para que los gritos de alarma, que nunca faltaron a lo largo de la revolución industrial con respecto a los posibles daños a veces irreversibles sobre la biosfera, cobraran una dimensión política internacional: primero fue el informe Meadows de 1972, traducido al español bajo el título “Los límites al crecimiento”,2 luego el informe Brundtland,3 intitulado “Nuestro futuro común”, encargado en esta ocasión por la ONU y, por último la Cumbre de la Tierra de Río, en 1992, que definió el estatus vigente del desarrollo sostenible. Pero veinticinco años después, a pesar de las genuflexiones practicadas ante el altar del “desarrollo sostenible”, no hubo ninguna revolución real de la economía, ni en el plano conceptual de lo que se enseña a los estudiantes de economía, ni en la lógica de los actores económicos.4
Es cierto que se han hecho algunos avances. Se profundizó la toma de conciencia de la catástrofe a la que nos conduce mantener nuestros modelos de desarrollo. En el Acuerdo de París sobre el cambio climático de 2015, todos o casi todos los países reconocieron “sus responsabilidades comunes pero diferenciadas” con relación al cambio climático y se vienen realizando muchos esfuerzos para disociar el desarrollo económico y el consumo de energías fósiles. No obstante ello, el enfoque general de la economía no se ha modificado. La esquizofrenia de los Acuerdos de París es una buena y triste ilustración de ello: en un mismo texto se afirma que la comunidad internacional se compromete a que el aumento medio de las temperaturas sea claramente inferior a 2 °C para fines del siglo XXI y luego se puntualiza una serie de compromisos “voluntarios” de los países, que nada ni nadie garantiza que sean respetados, y que desemboca en un calentamiento de más de 3 °C.
En la era del antropoceno*, la humanidad se ve confrontada a las mismas exigencias que antes de la revolución industrial: garantizar el bienestar de todos respetando los límites del planeta. Mijaíl Gorbachov, en su famoso discurso a las Naciones Unidas en 1988 había recordado que nuestra casa en común, nuestro hogar, nuestro oikos, ahora, es el planeta. Ha llegado el momento de reintroducir la “o” abandonada en 1755 desafortunadamente. Es “el gran retorno hacia adelante” de la economía a la oikonomía. Retorno, en el sentido en que reconocemos que los siglos XIX y XX, a lo largo de los cuales Occidente, precursor de la revolución industrial, pudo apropiarse de los recursos naturales mundiales, en particular de la energía fósil, constituyen un paréntesis que hoy ya está cerrado. Pero “retorno hacia adelante” pues se trata de utilizar, tal como lo recomendaba ya Carl von Linné, todos los conocimientos científicos y técnicos de los que podamos disponer para garantizar el bienestar de todos respetando los límites del planeta. La agroecología brinda además una buena ilustración de ese retorno hacia adelante: no se trata, como decían sus detractores, de “volver a las velas”, sino por el contrario de movilizar todos nuestros conocimientos de la biología y de los ecosistemas para inventar por fin una agricultura sostenible.
Este retorno a la oikonomía, y tal es el objeto de este pequeño tratado, nos lleva a repensar su naturaleza en profundidad. Allí donde la economía pretendía estar más cerca de una ciencia natural que de una ciencia humana, la oikonomía asume plenamente su etimología: es la rama de la gobernanza* que se aplica a los campos particulares de la producción, la circulación y el consumo de bienes y servicios.
¿Esto implica tirar por la borda todos los conocimientos adquiridos en materia de economía? No, por supuesto que no. Aquí también sigamos la recomendación de Carl von Linné y busquemos “el conocimiento de la acción de los elementos sobre los cuerpos y de la manera de dirigir esa acción hacia determinados fines”. Todo lo que tiene que ver con los comportamientos reales de los actores, con la combinación de los factores de producción, con la manera en que se confrontan la oferta y la demanda de bienes, servicios y dinero, con los efectos de las reglas públicas sobre los comportamientos, con las motivaciones múltiples de las decisiones, con los efectos de dominación de algunos actores sobre otros, etc., forma parte de los conocimientos necesarios a la oikonomía, pero en igual medida que la química de los materiales, la hidráulica o la informática. Son conocimientos que necesitamos para “dirigir correctamente la acción hacia determinados fines”, pero que no incluyen en sí mismos su propia finalidad.
Al decir que la oikonomía es una rama de la gobernanza nos estamos dando los medios para renovar la manera de enfocarla, aplicando lo que hemos aprendido de los principios generales de la gobernanza.5 Tal es el objeto de este pequeño tratado.
Si hablamos de oikonomía más que de desarrollo sostenible–cuando éste es un concepto que ya se ha ganado su lugar– es en razón del origen y el uso del segundo concepto. En cuanto a su origen, el concepto de “desarrollo sostenible” se forjó a comienzos de los años ochenta para compatibilizar dos ideas: el reconocimiento de que nuestros modelos de desarrollo nos conducen a situaciones de impasse y la idea del “derecho al desarrollo” de los países que aspiran a alcanzar el nivel de vida occidental. Por ende, se trata de un oxímoron: yuxtaponiendo dos nociones contradictorias, “desarrollo” y “sustentabilidad”, parece suponerse que la contradicción queda resuelta por arte de magia. En cuanto a su uso, percibimos que se hace un uso cosmético del “desarrollo sostenible”: todo el mundo dice practicarlo, pero nadie se ocupa de renovar el pensamiento económico en sí.
Ahora bien, en el siglo XXI la humanidad está comprometida con una transición sistémica hacia sociedades sostenibles. Transición porque se trata de pasar de un modo de organización a otro. Sistémica porque esa transición implica combinar cambios de muy diversas índoles: culturales, técnicos, políticos, oikonómicos. Hacia sociedades sostenibles porque se trata de inventar un nuevo sistema sociopolítico que no ponga en peligro las...
| Erscheint lt. Verlag | 31.5.2019 |
|---|---|
| Vorwort | Edgar Morín |
| Verlagsort | Mexico City |
| Sprache | spanisch |
| Themenwelt | Kinder- / Jugendbuch ► Sachbücher ► Recht / Wirtschaft |
| Wirtschaft | |
| Schlagworte | calame • economia • Economía • Fundación Charles Léopold Mayer • ministerio francés de infraestructura • Oikonomia • oikonomía • Pierre • tratados |
| ISBN-13 | 9786070309908 / 9786070309908 |
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