Cruzando el Atlántico
Aunque todavía es primera hora de la tarde y Josi está en buenas manos, hoy no quiero viajar a Amberes. El transportista de Josi me recomendó el Havenhostel y voy a pasar la noche allí. Un funcionario de aduanas llama un taxi para mí y de inmediato me premian con Ted, el taxista. En realidad, no tengo ganas de hablar, pero Ted es un tipo tan disparatadamente alegre que no puedo evitar preguntarle cuál es su mayor sueño.
—Ya no tengo sueños —responde con los ojos brillantes—. He hecho realidad todo lo que quería. He estado siete veces en Jamaica, la isla de mis sueños. La música reggae te pone de un humor espectacular y la vida se vuelve sencillamente mejor.
Ted saca su móvil y me muestra la imagen de inicio.
—Este es T-Bone Burnett, ¡es puro reggae! Nos hicimos amigos y en una ocasión incluso lo traje a Alemania para un concierto.
Y ahora, además de la imagen, ¡llega la música! No es mi música favorita, pero es muy pegadiza y no está nada mal. En cualquier caso, el entusiasmo de Ted es tan contagioso que tengo que sonreír ampliamente.
Mientras tanto, no solo hemos llegado al albergue, sino que llevamos bastante tiempo parados frente a este edificio sorprendentemente hermoso. Escuchamos otra canción, y otra, y otra. No sé qué hora es, pero no importa porque tengo todo el tiempo del mundo. Sin dejar de cantar, Ted saca por fin mis cosas del maletero. Al despedirnos, tengo que prometerle que volveré a escuchar con calma y atención al maestro del reggae. ¡Prometido!
Al día siguiente, llevo mi equipaje hasta la parada del autobús; un viaje en taxi hasta la estación de tren no se justifica, en términos económicos. Sin embargo, después de solo diez pasos estoy agotada. Tendría que haber pesado mis cosas. Y eso que solo llevo lo imprescindible, pero con dos bolsas de mano, una bolsa que va sobre el depósito de la moto, una bolsa con la tienda de campaña, una mochila y un casco, al final juntas un montón de cosas. Así que el peso de mi gordito Gynsburgh ya es lo de menos.
AMBERES, PAÍSES BAJOS
Pasan dos días hasta que finalmente llego a Amberes en autobús y tren, después de seis transbordos. Me duelen todos los músculos y me siento treinta años mayor. ¡¿Quién dijo que viajar te mantiene joven?!
BY THE WAY — LA ESTACIÓN CENTRAL DE AMBERES
La estación de tren de Amberes es preciosa. La revista Newsweek la considera la cuarta estación de tren más linda del mundo. El edificio principal data del siglo xix y su parte central la constituye un amplio y alto salón de mármol. Debido a su cúpula de 75 metros de altura, los habitantes de Amberes también llaman a esta estación su «catedral del ferrocarril».
Antes de dirigirme al albergue, me doy el gusto de pasar dos horas sin equipaje en el Starbucks de la estación de tren. Se podrá decir lo que se quiera sobre esta cadena, pero el wifi, los deliciosos (aunque caros) sándwiches y los batidos (también caros) lo convierten en un buen lugar. Recuperadas las fuerzas, me dirijo al albergue. Una vez allí, la respuesta a mi pregunta sobre cuál es la cama más barata me hace tragar saliva: veintiún euros por una cama en una habitación de dieciséis camas. Respiro hondo y pienso en mis prioridades. Quiero comer platos deliciosos y tener suficiente dinero para comprar gasolina. Puedo dormir en cualquier lugar. Muy bien, entonces, la habitación para mujeres con dieciséis camas. Por suerte, solo hay una cama ocupada. Las habitaciones de los hombres, por otro lado, parecen estar completamente ocupadas por jóvenes de piel morena. ¿Son refugiados?
Estoy demasiado cansada como para mantener una conversación esclarecedora y quizá políticamente estimulante, así que elijo una bonita litera junto a la ventana y preparo mi cama. El colchón recubierto de goma me parece típico de los albergues. Prefiero no pensar en los motivos de su existencia… Lo principal es que puedo acostarme.
BY THE WAY — EL QUERIDO DINERO
No hace falta decir que el dinero es un problema en un viaje como este. Lo más caro hasta ahora han sido mi pasaje en barco y el transporte de Josi. Casi no compré nada nuevo, ya tenía la mayor parte de lo necesario. En los próximos meses necesitaré dinero para gasolina, comida, pernoctaciones, entradas a lugares y cosas por el estilo, así como para los gastos de Josi (inspecciones, neumáticos y reparaciones, si fuese necesario).
No, no había ahorrado mucho. Mi colchón económico es bastante pequeño. Por eso agradezco tener un ingreso mensual gracias a un trabajo a tiempo parcial. Puedo trabajar online, tengo un empleo y, por lo tanto, seguridad social. Eso da tranquilidad, claro. En casa, he reducido los gastos al máximo: he encontrado inquilinos temporales para mi apartamento y de la cuenta bancaria solo se hacen los débitos imprescindibles. También sé que mi amor y mis padres podrían transferirme dinero en cualquier momento, pero quiero usar ese recurso solo en caso de emergencia.
Sí, podría haber esperado para hacer el viaje hasta haber ahorrado más, pero, entonces, probablemente nunca lo habría hecho. Casi siempre he trabajado en el sector sin fines de lucro, donde los salarios no son altos. Y ahorrar no se me da muy bien. No es algo de lo que presumir, pero es la verdad. Puedo arreglármelas con muy poco dinero si es necesario; es casi un desafío creativo. Y, para mí, eso hace que mi viaje valga la pena.
Por la mañana tomo un taxi hasta la aduana del puerto porque no puedo cargar ni un gramo más. Durante el trayecto recibo un mensaje de mi agente de viajes: el barco no zarpará hasta el día siguiente. Sin embargo, ya puedo instalarme a bordo, comer y dormir allí. ¡Qué fabuloso comienzo para esta aventura!
¿Quiénes serán los otros pasajeros? Por lo visto, hasta cinco invitados pueden viajar en el INDEPENDENT SPIRIT, pero, para ser honesta, no tengo mucho interés en las personas con las que, probablemente, podría tener que hablar a diario. Pero incluso si tengo que hacerlo, estas dos semanas serán un valioso descanso entre mi vida cotidiana y la inmensidad de mi próximo viaje.
El taxi me deja en la aduana. El paseo por las salas es tremendamente tranquilo: entro en el fresco edificio, entrego mi equipaje a un funcionario, veo cómo me sellan los documentos y me los devuelven de inmediato y, a continuación, mi equipaje. Luego vuelvo al sol en el lado del puerto. ¿Eso era todo? ¡Eso es todo! Uf.
Para comprender mi alivio, hay que saber de la existencia de la gran bolsa de plástico llena de pastillas que está en mi equipaje. Hace unos años tuve depresiones recurrentes, pero gracias a la medicación mi metabolismo cerebral finalmente está en equilibrio. No obstante, como me resulta demasiado complicado encontrar el medicamento adecuado en Estados Unidos y tener que tratar con los médicos sobre análisis de sangre y recetas, acepto el riesgo de parecer una traficante de drogas con mi suministro para seis meses. Puedo explicarlo todo, pero aquí no ha sido necesario.
No puedo ir sola por el segundo puerto más grande de Europa; una lanzadera me lleva hasta el barco. Y entonces lo veo: ¡mi INDEPENDENT SPIRIT! El nombre suena prometedor, pero el barco parece un poco cutre. Desafiante, feo y robusto: no es para cruceros, sino para trabajar.
El transbordador me deja en el barco. Mientras las grúas que tengo a mi lado sacan del barco un contenedor tras otro, yo subo con más o menos elegancia por la escalera de cuerda. A bordo, Ryan me saluda en inglés, que es el idioma de a bordo debido a las diferentes nacionalidades de los miembros de la tripulación. Ryan proviene de Filipinas y tiene rango de marinero ordinario. Registra cuidadosamente quién entra o sale del barco.
Otro marinero me lleva por una estrecha escalera de varios pisos hasta mi camarote, que está justo debajo del puente. Me regalé la «suite del propietario», con vista despejada en varias direcciones, una cama grande, una cómoda sala de estar, un televisor enorme (¿cómo le digo a Gynsburgh que no funciona en el mar?) y un baño pequeño pero perfectamente equipado con ducha y cenicero al lado del inodoro. Sobre todo, hay mucho espacio.
Me detengo en el puente, me presento al capitán y al jefe de máquinas y descubro que en realidad soy la única huésped a bordo. Un poco más tarde caigo, feliz y rendida, en la cama de mi suite. No saldremos hasta mañana por la mañana, así que eso no me lo perderé.
Antes de zarpar ―lo que está programado para entre las 10 y las 12 de la mañana― hablo un poco con Ryan. Cuando supo que era de Kiel, me sonrió: «Oh, ¿conoces el canal de Kiel? ¡Es increíble!». En viajes anteriores, siempre hacía guardia desde las 4 de la madrugada hasta las 8 de la mañana y disfrutaba cruzando el canal. ¡Qué bonito escuchar es elogios a tu ciudad de manera tan inesperada!
Los oficiales son croatas y el ingeniero jefe, ucraniano. El tercer oficial es el único filipino en el puente. Todos están relajados y son muy receptivos, y tengo la sensación de estar en una divertida obra de teatro del absurdo donde los personajes se llaman el «Primero», el «Segundo» y el «Tercero». Los que están de guardia cambian cada cuatro horas y suelen estar concentrados en mediciones, informes y observaciones, pero puedes hacerles preguntas en todo momento.
BY THE WAY — MARINEROS FILIPINOS
La economía...