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Envejecer con resiliencia (eBook)

Cuando la vejez llega
eBook Download: EPUB
2018 | 1. Auflage
256 Seiten
Gedisa Editorial (Verlag)
978-84-9784-957-9 (ISBN)

Lese- und Medienproben

Envejecer con resiliencia -  Boris Cyrulnik,  Louis Ploton
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La antropóloga Germaine Tillion, miembro de la Resistencia francesa y deportada a un campo de concentración, todavía estaba trabajando la víspera de su muerte. De vuelta de aquel horror, decidió reír hasta el último minuto, despertando a su alrededor un grupo de amistad, de ayuda mutua y de alegría que duró hasta que ella cumplió 101 años. Para muchos, la entrada en la vejez hace que todo sea pérdida: memoria, frescura, cerebro..., pero este libro muestra, por el contrario, que la resiliencia también es posible en los ancianos. Los psicólogos, neurólogos, psiquiatras, geriatras, y hasta un veterinario, que reúne esta obra nos ayudan a comprender cuán involucrados en este proceso vital están los lazos del apego, las interacciones o la memoria, pero también las emociones, la motivación, el humor y la música. Un libro con valiosas lecciones que merece la pena incorporar al equipaje de nuestras vidas.

¿Resiliencia en la vejez?

Boris Cyrulnik

Los signos aparentes de la vejez son pérdidas: pérdida de frescura, de músculos, de memoria, hasta el naufragio final. ¿Cómo quieren pensar la resiliencia, que consiste en reanudar un nuevo desarrollo, con tal imagen de la vejez?

De hecho, se constata que con la inevitable vejez, el proceso de adaptación lógico consiste en renunciar y optimizar. La persona mayor renuncia, con una sonrisa, a participar en los Juegos Olímpicos, pero optimiza los puntos fuertes que ha adquirido a lo largo de su desarrollo y de su historia: la aptitud para construir un relato de su representación de sí mismo y dar sentido a las inevitables pruebas y a los traumas de su existencia. Ahora bien, dar un sentido a un acontecimiento que se percibe es metamorfosear la connotación afectiva de dicho acontecimiento: «Me sentí muy desgraciado cuando me eliminaron de la carrera de medicina», dice el señor M., de 76 años, «y finalmente me doy cuenta de que eso me permitió empezar una aventura literaria. Me convertí en especialista en Aragon en el CNRS... Una gran felicidad... Pero todavía siento alguna tristeza por no haber sido médico».

Nos encontramos en plena definición de la resiliencia en la vejez: en el momento del desgarro, a los 20 años, cuando el señor M. fue eliminado de la carrera de medicina, únicamente sintió pena, un enorme sentimiento de pérdida, una imagen de sí mismo degradada para toda la vida. «Nunca seré médico». Luego, renunciando a aquel sueño perdido, optimizando otro punto fuerte de su personalidad, el amor por la literatura, fue feliz en el CNRS. Cuando se alcanza la vejez, la «edad de la sensatez», decía Saint-John Perse, «se ven la cosas de otro modo».

La ralentización psicomotriz es una constante en la existencia de todos los seres vivos, animales y humanos. En un contexto apacible no resulta un hándicap. El declive cognitivo es más difícil de evaluar, puesto que depende del desarrollo de los individuos y de los contextos técnicos que pueden estimular o disminuir los rendimientos. Las creencias culturales organizan el modo de dirigirse a las personas mayores, de aportarles seguridad, de movilizarlos o abandonarlos. La cognición en la edad avanzada es la consecuencia de todos estos determinantes heterogéneos.

El sentimiento de vejez, ¿puede ser el mismo en el siglo xxi que en la Edad Media? Una niñita que llega al mundo hoy en día será probablemente centenaria. Controlará su fecundidad, consagrará dos o tres años a la maternidad, en un contexto en el que la tecnología permite que lo social ya no se tenga que construir con los músculos de los hombres y el vientre de las mujeres. ¿Qué hará esa niña de los noventa y siete años de vida que le quedan? ¿Atribuirá a la maternidad el mismo valor que las mujeres que, en el siglo xix, morían a los 36 años después de trece embarazos? ¿Atribuirá a la pareja la misma significación que en la época en que los hombres, sacrificados —y en consecuencia heroizados— bajaban con orgullo a la mina para trabajar en ella quince horas diarias?

A estos cambios tecnológicos y sociales, que suponen una nueva representación de la vejez, hay que añadir los descubrimientos de las neurociencias: la neuroplasticidad puede ser definida como «un proceso neurobiológico que permite la recuperación de un buen funcionamiento cerebral tras una enfermedad o una alteración debida a la edad». Buen funcionamiento no significa retorno al estado anterior, puede significar también aceptación de la pérdida y optimización compensatoria de lo que todavía funciona bien. Es un «nuevo desarrollo» en la vejez, que corresponde a la definición de la resiliencia en la tercera edad (Mora, 2013).

Esta resiliencia debe ser considerada como un reajuste del mundo mental alterado por las pérdidas. Cuando se es un niño, la pérdida de los padres provoca un trastorno del nicho sensorial que tutoriza el desarrollo. Es un riesgo vital y una alteración de todos los desarrollos biológicos y psicológicos. Para un anciano, de lo que se trata es de la pérdida de las capacidades adquiridas a lo largo de su desarrollo y de su historia; pérdida de amigos o de relaciones sociales, pérdida de vigor físico, pérdida de memoria. ¿Se puede reorganizar el nicho que rodea a los ancianos, de tal forma que les permita reorganizar su mundo mental? El uso de los recursos íntimos depende de la disposición de los recursos exteriores. Un viejo abandonado tiene pocas oportunidades para reorganizar su mundo íntimo, sólo puede dar sentido a los acontecimientos de su vida dirigiéndole su relato a alguien. Una emoción compartida es una forma de socializarse y de modificar el sentimiento provocado por la representación del acontecimiento. Las personas mayores experimentan un extraño placer al contar cómo vivieron la aparición del «hada electricidad», de los automóviles o de la televisión. Es más difícil que cuenten la guerra de 1940, o las tragedias de su existencia, porque es más difícil compartir recuerdos de horror que un momento de placer. Pero ellos dicen, en un lenguaje hoy desaparecido, que sus victorias contra la desgracia son un ejemplo «edificante» que se debe transmitir a las jóvenes generaciones.

Es posible aislar e incluso evaluar los factores que contribuyen a la resiliencia. El esquema lógico consiste en buscar los elementos que se deben optimizar antes, durante y después del trauma.

Antes del trauma de la vejez, un sujeto herido ha adquirido ya factores de protección o factores de vulnerabilidad. Un aislamiento precoz durante los primeros años de la vida inscribió en su memoria una inaptitud para controlar sus reacciones emocionales. El empobrecimiento de las estimulaciones en el nicho sensorial de los primeros años no sinaptizó las neuronas prefrontrales, cuya función de inhibición se vuelve hipofuncional. La amígdala rinencefálica ya no tiene nada que la frene y puede multiplicar su volumen por cuatro (Radchenko, Allilaire, 2007).

Es posible más tarde, a lo largo del desarrollo, resiliar esta vulnerabilidad neuroemocional precozmente adquirida. La palabra y los rituales sociales son útiles de control de la impulsividad y del pasaje al acto. Cuando estas suplencias afectivas y culturales se han vuelto posibles por la educación y la cultura, estas personas llegan a la tercera edad habiendo construido un factor de resiliencia a pesar del hándicap precoz. Pero a menudo, la impulsividad ha provocado un trastorno de la relación y de la socialización que no ha permitido instaurar este factor de resiliencia. Cuando el adulto se las arregla para no enfrentarse a su vulnerabilidad, la denegación le da una apariencia de solidez, pero con la edad se ve reaparecer la impulsividad. Cuando el viejo se encuentra de nuevo aislado, la falta de control emocional vuelve a la superficie. La vulnerabilidad había quedado simplemente enterrada bajo las superestructuras de la vida cotidiana, sin haber sido resuelta. A la inversa, cuando el viejo ha aprendido a verbalizar y a mentalizar su mundo íntimo, este trauma resuelto no reaparece (Masten, Wright, 2010).

La estructura del trauma y el modo de enfrentarse a él participan en el éxito o el fracaso de la resiliencia. Quienes soportan con el menor sufrimiento posible el duelo, las perdidas y la disminución de las capacidades físicas son aquellos que, antes del trauma, habían adquirido un apego seguro y una aptitud para mentalizar. En el momento mismo de sufrir el trauma, ya tratan de comprender la situación agresora para controlarla mejor (foco externo) y utilizar los puntos fuertes de su personalidad (foco interno). Esta reacción adaptativa explica el coping, pero no la resiliencia.

Mediante el coping, el agredido se enfrenta al trauma actual con los puntos fuertes de su desarrollo. Es una transacción entre lo que el sujeto es y lo que hay a su alrededor en aquel momento. Pero después del trauma, la representación de lo ocurrido puede convertirse en un factor de resiliencia o de no resiliencia. Así, hubo soldados que durante la guerra de las trincheras de 1914-1918 estaban enloquecidos, pero que luego, apoyados por sus familias, que les aportaban seguridad, y glorificados por su pueblo al llegar la paz, confesaban con una sonrisa el pánico que habían sufrido y pudieron volver a vivir su vida sin traumas. Un coping catastrófico no había impedido un buen proceso de resiliencia. A la inversa, algunos de quienes fueron llamados a la guerra de Argelia se habían beneficiado de la seguridad aportada por la solidaridad sus compañeros, pero las circunstancias de la guerra y la acogida hostil cuando volvieron con sus familias les hicieron callarse y no compartir nunca el horror de lo que habían visto o hecho. El coping había sido excelente, pero el silencio impuesto provocó una escisión de su personalidad: «Sólo podemos compartir con los nuestros lo que son capaces de entender.» La resiliencia fue mala y a menudo, en la vejez, los recuerdos ocultos y nunca elaborados surgen de un modo sorprendente «como si eso acabara de ocurrir».

La señora R, de 74 años, consulta por accesos de angustia que la torturan, sobre todo de noche. Tiene pesadillas cuyo tema es una violación y la policía. Es ella quien viola y la policía acude para llevarla a la prisión. Tras un muy largo silencio, murmura: «Me pregunto por qué no dije nada». Luego, perdida en sus brumas interiores, no responde a las preguntas. Sólo en la tercera entrevista explicará: «Sorprendí a mi hija, en mi cama, con su padre... Me pregunto por qué no dije nada». Su hija no acudió a...

Erscheint lt. Verlag 15.10.2018
Verlagsort Barcelona
Sprache spanisch
Themenwelt Geisteswissenschaften Psychologie Allgemeines / Lexika
Medizin / Pharmazie Medizinische Fachgebiete Psychiatrie / Psychotherapie
Schlagworte ancianos • Pérdida de memoria • vejez
ISBN-10 84-9784-957-4 / 8497849574
ISBN-13 978-84-9784-957-9 / 9788497849579
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