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Una vida de película (eBook)

eBook Download: EPUB
2024
148 Seiten
Fondo de Cultura Económica (Verlag)
978-607-16-8365-6 (ISBN)

Lese- und Medienproben

Una vida de película - José Antonio del Cañizo
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Después de morir, el crítico de cine Juan Humphrey se reúne en el cielo con sus actores y directores favoritos, que presumen haber creado mejores historias que las que se le ocurren al Jefe del Cielo. Entonces él los reta a transformar la vida del más aburrido de los hombres en una gran aventura. Así, codo a codo con Hitchcock, Huston y Buñuel (y, claro, Marilyn) su misión es crear una vida de película.

3. Al rojo vivo


 
 
Sir Alfred habló así:

—Lo que quiero decir es elemental, queridos amigos: ¿cuál es nuestro trabajo, el de los creadores, el de los cuatro aquí presentes? La vida de los hombres, ¿no es eso? —les hablaba como a chiquillos tardos de comprensión—. Pues bien: mis películas están pobladas de personajes cuyas vidas son apasionantes, emocionantes, intrigantes, trepidantes, llenas de suspense, de pasión y de humor, de miedo y cólera, de estremecimientos y risa —se iba lanzando a medida que hablaba—, de persecuciones y luchas, enamoramientos y celos, triunfos y derrotas. Me permito traer a vuestra memoria filmes tan admirables y perfectos como Con la muerte en los talones, El hombre que sabía demasiado, Vértigo, Psicosis, Los pájaros, Encadenados y tantos otros que sin duda os resultan inolvidables… Pues bien, de cada diez personajes, nueve viven una vida que merece ser vivida, hirviente de amores y odios, llamativa, rotunda, vibrante… En cambio, de cada mil criaturas creadas por nuestro amable y hospitalario anfitrión, hay que reconocer que novecientas noventa y nueve viven vidas vulgares, corrientes y molientes, sosas, tediosas, monótonas, rutinarias, aburridísimas… ¡No merece la pena vivirlas!

Y se bebió el segundo coñac de un solo trago.

Los otros tres, erguidos en sus asientos, abandonadas las bebidas sobre la mesa, no se habían perdido una sílaba de lo que decía. Huston, hombre de acción, fue el primero en reaccionar, desplegando sus largas piernas y andando a grandes zancadas de un lado para otro de la nube mientras decía, gesticulando:

—¡Tienes razón, Alfred! Siempre me han aburrido tanto las vidas de los hombres vulgares… Yo he llenado mis películas de personajes que viven al rojo vivo: los que encarnó Humphrey Bogart en El halcón maltés, El tesoro de la Sierra Madre o… ¿cómo se llamaba aquélla? ¡Maldita sea, esta memoria!

—La reina africana —le soplé rápidamente, y añadí—: Y no se olvide de Cayo Largo. ¡Era formidable!

—Gracias, amigo. ¡Qué cabeza la mía! Ahora, en cuanto me tomo un par de whiskies, se me van las ideas. O el capitán Ahab de Moby Dick persiguiendo a su ballena blanca o los héroes de La jungla de asfalto o Vidas rebeldes… Todos los hombres y mujeres que yo he creado tenían sangre en las venas. Y, ¡vive Dios!, juro que vivieron, VIVIERON, ¡¡¡VIVIEEEROON!!! —terminó a gritos, alzando los brazos, orgulloso, entusiasmado.

El cineasta aragonés, que gracias a los gritos que daba Huston se estaba enterando de todo, terció en la conversación:

—Yo no he hecho películas de aventuras como las tuyas, John, pues las aventuras de mis personajes ocurren en su interior. En películas como Nazarín, Tristana, Viridiana… esto… —y chascaba los dedos intentando acordarse de algún título que tenía en la punta de la lengua.

—Los olvidados, El ángel exterminador, Ese oscuro objeto del deseo… —continué yo.

—Muchas gracias. En ésas y en todas las demás he creado seres humanos en carne viva, con las pasiones a ras de piel. En mis filmes me he asomado a los más oscuros trasfondos del alma humana, a sus virtudes y, con mayor deleite, lo confieso, a sus defectos. ¡Pero jamás al aburrimiento! ¡Nunca a la rutina, a la vulgaridad, a la banalidad, a la sosería! ¡Puaff, qué asco!

Yo estaba en mi elemento. Estaba disfrutando —nada más morirme— como nunca en toda mi vida. Bebía las palabras de mis ídolos y no cesaba de dar gracias por la casualidad de estar allí en aquel momento. Y, al mismo tiempo, estaba impaciente por ver la reacción del Jefe. ¡Al fin y al cabo le habían formulado críticas durísimas!

¿Cómo las encajaría? ¿Se indignaría con ellos? ¿Los señalaría con un acusador dedo flamígero? ¿Los llamaría sepulcros blanqueados o algún otro insulto de los utilizados corrientemente por sus familiares? ¿Los arrojaría a las tinieblas exteriores?

Al fin se decidió a hablar. Su voz, sonora, retumbante, cayó sobre nosotros como un maná inesperado y sorprendente, manteniéndonos pendientes de sus labios, pues nunca hubiésemos imaginado que iba a abrir su corazón como lo hizo.

—Amigos —empezó, con voz ligeramente temblorosa, pues se notaba que estaba emocionado—, me parece que no sois justos conmigo —los tres lo miraron en silencio—. Esperaba más comprensión por vuestra parte, la verdad. Ya estoy hecho a la idea, sobre todo últimamente, durante estos últimos milenios, de que los hombres no se den cuenta de la situación tan difícil en que me encuentro. Pero de vosotros, mis amigos íntimos, ¡mis compañeros de mus!, no me lo esperaba. Y menos siendo del oficio, siendo creadores como yo. Y es que existe una diferencia esencial entre vosotros y yo que, injustamente, habéis pasado por alto —hizo una pausa durante la cual no se oyó volar ni a un ángel y continuó, concretando—: Porque vosotros hacéis lo que queréis con vuestros personajes. Inventáis para cada uno la vida, la profesión o las aventuras que os da la realísima gana, mientras que yo me encuentro con las manos atadas. Y todo por culpa de una de esas torpezas de juventud de las que nunca deja uno de arrepentirse. Todo por haberme encabezonado al comienzo de mi actividad profesional con esa pamplina del libre albedrío, de que los hombres sean libres para elegir su destino, en vez de diseñárselos yo personalmente, que lo haría muchísimo mejor. Como hacéis vosotros —se había ido calentando y hablaba cada vez con mayor viveza, moviendo mucho las manos—. Y ¿sabéis lo que os digo? Que así, cualquiera. ¡Así ya se puede! Con un capitán obseso y cojo que va persiguiendo a muerte a una ballena por todos los océanos o tres broncos aventureros que buscan oro avariciosamente por las inhóspitas montañas de México, ¡ya se puede! O sacándose de la manga un hombre alto y guapo que un día es perseguido por una avioneta de fumigación en medio de una inmensa planicie desierta y al día siguiente sufre otra persecución subiendo y bajando por las gigantescas cabezas de los presidentes americanos esculpidas en el Monte Rushmore… ¡¡¡ASÍ YA SE PUEDE!!! ¡Claro que hay aventura, emoción, intriga y todo lo que queráis! ¡Pues no faltaría más! —se paró lo justo para respirar un poco y siguió, con aire abatido—. ¡Pero en mi pellejo os quisiera ver yo! Si a la gente que yo he creado le da, en el perfecto uso de su libertad, por meterse a funcionario de Estado, oficinista, dependiente de una ferretería o inspector de Hacienda o por hacer oposiciones a registrador de la propiedad, ¡cualquiera es el guapo que les inventa luego una vida llena de emociones! En cambio, cada vez que alguien se ha metido a pirata, buscador de oro o explorador, ¡menudas vidas tan extraordinarias les he hecho vivir! Ahí tenéis al Cid Campeador, Buffalo Bill, Marco Polo, Amundsen, el pirata Drake, Colón, José María el Tempranillo, Magallanes y Elcano, Hillary y Tensing, Cortés y Pizarro, Daoiz y Velarde, Zipi y Zape, el Capitán Cook, Livingstone, los primeros astronautas y un larguísimo etcétera —y terminó diciendo—: A ver, a ver si sois capaces de inventar vidas extraordinarias con el material tan soso con que yo me topo cada día, ¡Ahí os quiero ver! Vosotros, que tanto os chuleáis, coged a cualquier hombre del montón y ¡sacaos de la manga para él una vida emocionante y llena de acontecimientos!

Los tres se habían quedado mudos. Se notaba que aquel desahogo de su anfitrión los había impresionado. Se removieron en sus asientos. Se rascaron la cabeza. Por hacer algo, me indicaron que les llenase el vaso y las copas otra vez. Y se miraron unos a otros sin saber qué decir.

Hasta que sir Alfred, que al fin y al cabo era el que había armado todo el lío, se sintió en la obligación de decir algo. Se echó su tercera copa de coñac al coleto, se puso en pie majestuosamente, aunque tambaleándose un poco, y dijo:

—Un caballero inglés siempre acepta un desafío. Y yo lo hago encantado: me comprometo a transformar la vida del más mediocre y aburrido de los hombres que pueblan la Tierra en toda una aventura. ¡INVENTARÉ PARA ÉL UNA VIDA DE PELÍCULA! —Huston no quiso ser menos y se puso también en pie, en el momento en que sir Alfred les decía—: ¿Queréis participar en la aventura, compañeros?

Huston alzó la mano derecha y dijo solemnemente:

—Sí, quiero. ¡Ardo en deseos de trabajar de nuevo! ¡Qué alegría! ¡Acción, acción! Con esta vida tan sedentaria me estaba sintiendo ya como oxidado…

Y don Luis, sin levantarse, aceptó refunfuñando:

—Pues qué remedio… No os voy a dejar solos. Pero con lo a gusto que estábamos aquí, sin hacer nada…

Entonces el Jefe se levantó también, les estrechó la mano uno por uno y me llamó con un gesto:

—Corre a la sala de ordenadores, elige la ficha del más aburrido y rutinario de los hombres y tráela inmediatamente.

—No hace falta que te esmeres mucho rebuscando —le corrigió sir Alfred con toda su mala idea—: con que cojas uno al azar seguro que será de lo más soso y nos valdrá perfectamente.

—¿Puedo escogerlo de mi tierra? —pregunté ilusionado.

—¿De dónde eres, paisano? —me preguntó don Luis.

—De Madrid.

—Estupendo. Tráete para acá al más gris de los cinco millones de madrileños. ¡Corriendo!

Al cabo de un minuto yo estaba de vuelta con una ficha en la...

Erscheint lt. Verlag 6.5.2024
Verlagsort Mexico City
Sprache spanisch
Themenwelt Kinder- / Jugendbuch Jugendbücher ab 12 Jahre
Kinder- / Jugendbuch Spielen / Lernen Abenteuer / Spielgeschichten
ISBN-10 607-16-8365-3 / 6071683653
ISBN-13 978-607-16-8365-6 / 9786071683656
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