Los monstruos de Rookhaven (eBook)
383 Seiten
Fondo de Cultura Económica (Verlag)
9786071684912 (ISBN)
Mirabelle
Mirabelle se encontraba en el jardín dándole de comer huesos a las flores cuando el tío Enoch vino a buscarla.
Las flores se balanceaban por encima de ella, olisqueando el aire nocturno. Podía escuchar el åcrujido de sus tallos gruesos como troncos de árboles y el sonido sibilante, suave y húmedo de sus pétalos que chasqueaban al masticar. Aunque eran las plantas del vivero, cada una medía más de dos metros y sus cabezas se movían a ciegas en la noche estrellada. Soplaba una brisa ligera. Mirabelle respiró profundamente. El aire era cálido y olía a pasto. Podía sentir que, a sus espaldas, en la casa enorme, los demás despertaban tras haber dormido el día entero.
Una sombra pasó frente a la luna. Mirabelle sonrió cuando escuchó el suave batir de alas y el sonido de unos pies que se posaban sobre la tierra.
—Buenas noches, tío Enoch.
La silueta alta y vestida de negro salió de la oscuridad, y sus alas se derritieron en el aire a sus espaldas. Una larga nariz dominaba su rostro. Su cabello negro azabache estaba peinado hacia atrás, restirado sobre su cráneo, formando un pico en su frente. Su presencia era austera, pero había una calidez genuina en su mirada.
—Buenas noches, Mirabelle. ¿Cómo estuvo el día?
Mirabelle olisqueó el aire.
—Radiante y soleado.
Enoch negó con la cabeza.
—No es lo mío.
Metió la mano en la cubeta que estaba al lado de Mirabelle, sacó un hueso y lo lanzó trazando un arco en el aire. Una de las flores se abalanzó hacia delante y lo atrapó a medio camino. Otra de las flores le siseó, luego se volteó y continuó meciendo la cabeza de arriba abajo.
—Tienen mucha hambre —dijo Enoch.
—Siempre tienen hambre —contestó Mirabelle.
—Como niños. Siempre hambrientos. Como tu tío Bertram, pero quizá con mejores modales en la mesa.
Mirabelle sacó otro hueso de la cubeta. Aún tenía un poco de carne y cartílago adherido y, por un momento, le dio la vuelta y lo examinó. Enoch la observó.
—Supongo que no te da tentación probarlo.
Mirabelle negó con la cabeza. Nunca tenía hambre. Al menos, no como los otros. Ellos hablaban sobre su hambre y sus apetitos con frecuencia, pero Mirabelle no comprendía del todo lo que querían decir. Nunca había sentido hambre de ningún tipo. Tampoco dormía, ya fuera durante el día, como solían hacer los demás, o de noche, como los humanos del mundo exterior.
Sostuvo el hueso en el aire en dirección a la flor más cercana, que estiró la cabeza hacia abajo. Entonces escuchó la advertencia en la voz de su tutor:
—Mirabelle.
—Está bien —dijo.
Sonreía mientras ofrecía el hueso a las flores. La flor agachó la cabeza lentamente; parecía como si docenas o más de sus compañeras inclinaran sus cuellos hacia ella para echar un vistazo.
A medida que se acercaba a la mano de Mirabelle, su cabeza se desplegó y ella alcanzó a ver las hileras de dientes puntiagudos como agujas que cubrían una boca ubicada justo donde el tallo se unía a los pétalos. Mirabelle le arrojó el hueso con un ágil movimiento de muñeca. La flor lo atrapó al vuelo, pero mantuvo la cabeza cerca de Mirabelle mientras masticaba su bocado. Ésta acarició los pétalos lisos, de una textura parecida al cuero, y la flor rozó su mejilla y empezó a gorjear. Las otras flores siguieron su ejemplo, y pronto todas gorjeaban suavemente. Ella sonrió.
—Entonces, ¿por qué estás aquí, tío?
Enoch estaba de pie con las manos entrelazadas tras su espalda.
—Te tengo una noticia —dijo apretando los labios para contener una sonrisa.
Mirabelle frunció el ceño.
—¿Qué tipo de noticia?
—Esta semana una de las esferas me pareció sospechosa. Parece que mis suposiciones eran correctas. Es probable que estemos a punto de presenciar un evento extraordinario.
—¡No! —dijo, dejando caer un hueso en la cubeta sin darse cuenta—. ¿Va a llegar alguien?
Enoch sonreía ahora.
—¿Alguien nuevo? —Mirabelle dio un grito de alegría.
Enoch asintió.
—Alguien nuevo.
Mirabelle tuvo la sensación de que algo revoloteaba en su interior, luego su corazón empezó a latir con fuerza.
—Pero no ha llegado nadie nuevo desde…
—Desde que tú llegaste —dijo Enoch.
—Tenemos que decírselo a los demás.
—Tú puedes hacerlo.
Mirabelle asintió, casi sin creer lo que escuchaba.
—Todos pueden reunirse en la habitación de las luces tan pronto como sea posible.
Mirabelle ya estaba a medio camino de la puerta trasera cuando Enoch gritó:
—No se lo digas a Piglet.
—¿Por qué no?
—Es probable que ya lo sepa, pero será mejor no sobreexcitarlo.
Mirabelle asintió.
—¿Y qué hay de Odd? ¿Dónde está?
Enoch se encogió de hombros.
—Viene en camino.
Mirabelle corrió hacia el interior de la casa y a través de la penumbra de la cocina polvorienta y en desuso, donde dominaba la vieja mesa de madera. Las alacenas estaban abiertas y vacías, y un tazón para mezclar desportillado descansaba solitario en la formica.
Hubo un movimiento sutil en la parte superior de la alacena. Mirabelle miró hacia arriba y vio que el cuervo tuerto la observaba. Salía y entraba a la casa como si el sitio le perteneciera. El ave era vieja y esmirriada, y ahora parpadeaba su ojo sano en su dirección. Su otro ojo era de un gris lechoso, apagado. Mirabelle lo saludó con un gesto y éste pareció considerarla con un aire de calculada indiferencia. Ella le sonrió, sintiéndose casi obligada a compartir sus noticias.
Hizo lo mejor que pudo por no echarse a correr por el pasillo, pero estaba casi mareada de la emoción. Se detuvo afuera de la habitación de la tía Eliza y jaló los puños de su vestido de terciopelo negro mientras trataba de tranquilizarse. Tocó a la puerta. Cuando no obtuvo respuesta, la abrió con cuidado.
Se asomó a la enorme cama con dosel, la cobija estaba doblada con esmero bajo el colchón. Luego miró el tocador, con su gran espejo y la silla muy adornada colocada al frente. Estaba lleno de frascos de perfume, cajas de joyas y algunas polveras.
Mirabelle tuvo la sensación de que algo se movía. Miró hacia la esquina del extremo izquierdo del techo y vio una mancha más oscura que lo demás.
Mirabelle susurró:
—Tía Eliza, alguien está por llegar. Alguien nuevo.
La mancha se estremeció en respuesta y Mirabelle escuchó la voz de la tía Eliza en su mente; sus palabras eran suaves como alas de mariposa golpeando el cristal de una ventana.
Permíteme arreglarme para verme presentable y estaré ahí en un momento.
Mirabelle asintió y cerró la puerta.
Sintió que una extraña presión llenaba el aire y percibió el sabor de un toque mínimo de hierro en su lengua mientras alguien practicaba una magia que le era familiar. Se dio la vuelta y le sonrió a Odd, quien ahora estaba de pie frente a ella. El portal que tenía al lado ya se había encogido hasta convertirse en un punto negro antes de desaparecer al fin.
Odd tenía su misma estatura y, como ella, parecía no tener más de doce años, pero era, desde luego, mucho mucho mayor. Vestía un abrigo de piel de foca que se extendía hasta sus tobillos, gruesos guantes, un gorro y goggles.
Odd se subió los goggles a la frente y se sacudió la nieve de las mangas.
—¿Y ahora dónde estabas, Odd?
Odd frunció el ceño.
—En algún lugar del norte. Había mucha nieve y mucho hielo.
—Puedo verlo —dijo Mirabelle y sus ojos brillaban.
Odd sonrió.
—Entonces, ¿ya lo sabes?
—El tío Enoch me lo dijo. Tenemos que ir a…
—La habitación de las luces —Odd asintió. Se había quitado un guante y tenía un dedo en el aire, como si estuviera probándolo—. Ya no falta mucho.
—Díselo a las gemelas.
Odd hizo una mueca.
—¿Tengo que hacerlo?
Mirabelle ya había salido corriendo por el pasillo.
—Yo encontraré al tío Bertram.
Odd le gritó:
—Hagas lo que hagas…
—Ya sé, no hay que decírselo a Piglet.
Bajó la velocidad cuando llegó a la ancha abertura a su izquierda que conducía a las entrañas de la casa. Se acercó lentamente a ella, con un ojo en la bajada que conducía a lo más profundo de la oscuridad. Luchó contra el deseo de susurrar “Piglet”. Recordó las palabras que al tío Enoch y a los otros les encantaba repetir: “Piglet es peligroso”.
Se dio la vuelta para dirigirse al vestíbulo de la entrada y salió por la puerta principal.
Su emoción se acrecentaba. Sentía un cosquilleo constante en el estómago. Corrió hacia los escalones y se detuvo frente a los arbustos. Algo husmeaba entre los matorrales, algo enorme y corpulento que levantaba la tierra con el hocico.
—Tío Bertram.
Los resoplidos se detuvieron de pronto.
—El tío Enoch quiere que todos vayamos a la habitación de las luces.
Vio el brillo rojizo entre las hojas y escuchó un gruñido. Ya había hecho su trabajo, así que se dio la media vuelta y regresó a la...
| Erscheint lt. Verlag | 30.10.2024 |
|---|---|
| Verlagsort | Mexico City |
| Sprache | spanisch |
| Themenwelt | Kinder- / Jugendbuch ► Jugendbücher ab 12 Jahre |
| Kinder- / Jugendbuch ► Spielen / Lernen ► Abenteuer / Spielgeschichten | |
| ISBN-13 | 9786071684912 / 9786071684912 |
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