La chica en la torre (eBook)
496 Seiten
Nocturna (Verlag)
978-84-18440-51-9 (ISBN)
Katherine Arden nacio? en Austin, Texas, aunque ha vivido y estudiado en Rennes, Francia, y en Moscu?. Tras licenciarse en Literatura Francesa y en Literatura Rusa por el Middlebury College de Vermont, se mudo? a Hawa?i, donde trabajo? en cosas tan dispares como hacer crepes o guiar excursiones a caballo. En la actualidad reside en Vermont y es autora de varios libros, entre los que destaca la trilogi?a formada por El oso y el ruisen?or (Nocturna, 2019), La chica en la torre (Nocturna, 2022) y un tercer tomo de próxima publicación.
Katherine Arden nació en Austin, Texas, aunque ha vivido y estudiado en Rennes, Francia, y en Moscú. Tras licenciarse en Literatura Francesa y en Literatura Rusa por el Middlebury College de Vermont, se mudó a Hawái, donde trabajó en cosas tan dispares como hacer crepes o guiar excursiones a caballo. En la actualidad reside en Vermont y es autora de varios libros, entre los que destaca la trilogía formada por El oso y el ruiseñor (Nocturna, 2019), La chica en la torre (Nocturna, 2022) y un tercer tomo de próxima publicación.
DOS
DOS HOMBRES SANTOS
Durante la noche, María despertó dos veces a su aya con sus gritos. La segunda vez, el aya cometió el error de darle una bofetada y la niña saltó de la cama, voló como un halcón por las estancias del terem de su madre y entró en su dormitorio como una exhalación antes de que el aya pudiera impedírselo. Trepó por encima de las ayudas de cámara que dormían con su madre y se acurrucó temblorosa junto a ella.
Olga aún no había dormido. Había oído los pasos de su hija y notó cómo temblaba cuando se acercó. Varvara, vigilante, miró a Olga a los ojos en la penumbra y sin decir nada fue a la puerta a decirle a su aya que se marchase. El ruido de la respiración estertórea de la mujer indignada se alejó por el pasillo, y Olga suspiró y le acarició el pelo a María hasta que esta se calmó.
—Cuéntame, Masha —le dijo cuando a la niña le pesaban los párpados.
—He soñado con una mujer —le explicó María a su madre en voz muy baja—. Tenía un caballo gris. Estaba muy triste. Venía a Moscú y ya no se marchaba nunca. Intentaba decirme algo, pero yo no le hacía caso. ¡Me daba miedo! —María se echó a llorar de nuevo—. Entonces me he despertado y estaba ahí, igual que en el sueño. Solo que ahora es un fantasma…
—No es más que un sueño —murmuró Olga—. Un sueño.
Unas voces en el patio las despertaron justo antes del alba.
En ese instante pesado entre el sueño y la vigilia, Olga trató de recuperar un sueño que había tenido: agujas de pino al viento, ella descalza sobre la tierra, riéndose con sus hermanos. Sin embargo, el ruido aumentó, y María se despertó con una sacudida. Y en un abrir y cerrar de ojos, la doncella rural que había sido Olga volvió a quedar en el olvido.
Olga apartó la ropa de cama. María se sentó de golpe. Olga se alegró de ver que la niña tenía las mejillas un poco sonrosadas y que los terrores de la noche habían desaparecido con la luz del día. Entre las voces que llegaban desde el patio había una que reconoció.
—¡Sasha! —susurró Olga casi sin creérselo—. ¡Arriba! —les gritó a sus mujeres—. Tenemos un huésped en el patio. Preparad vino caliente y calentad el baño.
Varvara entró en la habitación con nieve en el pelo. Se había levantado cuando aún era de noche y había ido a por leña y agua.
—Ha regresado vuestro hermano —anunció sin ceremonias.
Tenía la cara pálida y cansada; Olga pensó que no se había vuelto a dormir después de que María las despertase con sus pesadillas.
En cambio, Olga se sentía al menos diez años más joven.
—Sabía que ninguna tormenta lo mataría —dijo, y se levantó—. Es un hombre de Dios.
Varvara no contestó; se agachó y preparó el fuego en la chimenea.
—Deja eso —le dijo Olga—. Ve a las cocinas y ocúpate de que los hornos estén bien vivos. Que haya comida lista. Tendrá hambre.
Las sirvientas de Olga se apresuraron a vestirla a ella y a sus hijos, pero antes de que estuviera preparada del todo o se hubiera tomado el vino, antes de que Danil y María se hubieran comido las gachas de avena cubiertas de miel, se oyeron pasos en la escalera.
María se puso en pie de un salto. Olga frunció el ceño: la niña demostraba una dicha exagerada que se contradecía con su palidez. Quizá no hubiera olvidado la noche tanto como parecía.
—¡El tío Sasha ha vuelto! —gritó María—. ¡Tío Sasha!
—Hacedlo pasar —ordenó Olga—. Masha…
Al cabo de un instante, una figura oscura apareció en la puerta con la cara oculta bajo la capucha.
—¡Tío Sasha! —volvió a gritar María.
—No, Masha, ¡no debes dirigirte así a un hombre santo! —le advirtió a voces su aya.
Sin embargo, María ya había derribado tres taburetes y una copa de vino y corría hacia su tío.
—Dios sea contigo —dijo una voz cálida y seca—. No te acerques, niña, estoy cubierto de nieve.
Al quitarse la capa y la capucha, esparció nieve por todas partes; después hizo la señal de la cruz sobre la cabeza de María y la abrazó.
—Dios sea contigo, hermano —dijo Olga desde el horno.
Hablaba con voz calmada, pero la luz de su rostro le quitaba muchos inviernos. No pudo evitar añadir:
—Me tenías asustada, desdichado.
—Dios sea contigo, hermana —repuso el monje—. No temas. Voy adonde me manda el Padre. —Hablaba muy serio, pero enseguida sonrió—. Me alegro de verte, Olia.
Llevaba una capa de piel encima del hábito de monje y al quitarse la capucha dejó ver su pelo negro, la tonsura y una barba negra que tintineaba con el peso de los carámbanos. A su propio padre le habría costado reconocerlo: el chico orgulloso había crecido y era tranquilo, de hombros anchos y paso ligero como el de un lobo. Sus ojos claros, heredados de su madre, eran lo único que no había cambiado desde el día que, diez años atrás, había partido a caballo desde Lesnaya Zemliá.
Las mujeres de Olga observaban con disimulo. Nadie más que los monjes, los sacerdotes, los maridos, los esclavos y los hijos tenía permiso para pisar los terem de Moscú. Los primeros tendían a ser viejos; no acostumbraban a ser altos y de ojos grises ni a traer el olor de tierras lejanas en la piel.
Una de las sirvientas, desgarbada y dada al romanticismo, fue lo suficientemente incauta como para decirle a su vecina:
—Es el hermano Aleksandr Peresvet, Aleksandr el Iluminador. Ya sabes, el que…
Varvara le propinó una bofetada a la chica, que se mordió la lengua. Olga contempló a su público y dijo:
—Vamos a la capilla, Sasha. Daremos las gracias por tu regreso.
—Dentro de un momento, Olia —respondió Sasha, e hizo una pausa—. Traigo conmigo a un viajero que encontré en el bosque y está muy enfermo. Lo he dejado tumbado en el salón de costura.
Olga frunció el ceño.
—¿A un viajero? ¿Aquí? Bueno, vamos a verlo. No, Masha. Tú acábate las gachas antes de ponerte a dar vueltas por ahí como un bicho dentro de una botella.
El hombre yacía en una alfombra de pelo y a su alrededor había restos de nieve derretida.
—¿Quién es, hermano?
Olga no podía arrodillarse de lo grande que tenía el vientre, pero se dio unos golpecitos en los dientes con el dedo índice y evaluó a ese pobre ejemplo de humanidad.
—Es un sacerdote —contestó Sasha mientas se sacudía el agua de la barba—. No sé cómo se llama. Lo encontré caminando sin rumbo por la carretera, enfermo y delirando, a dos días de Moscú. Encendí una fogata, lo calenté un poco y me lo traje conmigo. Ayer tuve que construir un refugio de nieve cuando llegó la tormenta. Hoy me habría quedado allí, pero se ha puesto peor y pensaba que se me moriría en los brazos. He creído que merecía la pena hacer el viaje para que él no tuviera que soportar el mal tiempo.
Sasha se agachó con destreza sobre el enfermo y le apartó la ropa de la cara. Los ojos del sacerdote, de un azul intenso y sorprendente, quedaron fijos con aire ausente en las vigas. Le sobresalían los huesos de la piel y las mejillas le quemaban de la fiebre.
—¿Puedes hacer algo por él, Olia? —le preguntó el monje—. En el monasterio no le darán más que una celda y un poco de pan.
—Aquí tendrá más que eso —repuso Olga, y se volvió enseguida a dar una serie de órdenes—. Pero su vida está en manos de Dios y no puedo prometer que vaya a salvarlo. Está muy enfermo. Los hombres lo llevarán a los baños —dijo, y estudió a su hermano—. Tú también deberías ir.
—¿Te parece que estoy tan helado como él? —preguntó el monje.
En efecto, con la nieve y el hielo de la barba derretidos, la imagen de las mejillas y las sienes hundidas era alarmante. Se sacudió los últimos restos de nieve del pelo.
—Todavía no, Olia —continuó, y se puso en pie—. Recemos y comamos algo caliente. Después debo ir a ver al gran príncipe. Se enfadará cuando sepa que no he acudido a él primero.
El camino entre la capilla y el palacio estaba solado y techado para que Olga y sus mujeres pudieran asistir a la liturgia con comodidad. La capilla estaba tallada como un pequeño joyero: los iconos tenían cada uno su cubierta de pan de oro; la luz de las velas hacía relucir el oro y las perlas. La voz clara de Sasha hacía vibrar las llamas mientras rezaba. Olga se arrodilló ante la Madre de Dios y derramó unas lágrimas de dicha dolorosa sin que nadie la viese.
Después se retiraron a unas sillas junto al horno de su cámara. Se habían llevado a los niños y Varvara había mandado a las mujeres de su séquito a otra parte. Les sirvió sopa humeante. Sasha la engulló y pidió más.
—¿Qué noticias me traes? —exigió saber Olga mientras él comía—. ¿Por qué has estado tanto tiempo de viaje? No me des largas con cuentos sobre la obra de Dios, hermano. No acostumbras a llegar tarde.
A pesar de que la habitación estaba vacía, hablaba en voz baja. Los terem siempre estaban concurridos y hablar en privado era casi imposible.
—He hecho un viaje de ida y vuelta a Sarái a caballo —respondió Sasha como si nada—. Eso no se hace en un día.
Olga lo miró seria.
...| Erscheint lt. Verlag | 25.11.2022 |
|---|---|
| Reihe/Serie | El oso y el ruiseñor | El oso y el ruiseñor |
| Übersetzer | Maia Figueroa |
| Verlagsort | Madrid |
| Sprache | spanisch |
| Themenwelt | Kinder- / Jugendbuch ► Vorlesebücher / Märchen |
| Schlagworte | cuentos de hadas • fantasía • hadas • Moscú • Novela • Rusia |
| ISBN-10 | 84-18440-51-1 / 8418440511 |
| ISBN-13 | 978-84-18440-51-9 / 9788418440519 |
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